4 Cuartos
Dos planos verticales y dos horizontales conforman la definición por excelencia del espacio construido por el hombre; desde siempre, este vacío edificatorio ha dado lugar a un sinfín de funciones bajo la premisa de demarcar escenarios privados de situaciones públicas, distinguir lo íntimo de lo compartido, separar lo personal de la colectividad… En estos recintos de geometría platónica se despliega la cosmología entera de quienes los habitan, así, el espacio hasta entonces desprovisto de sentido, responde al individuo convirtiéndose en un lugar propicio para su desenvolvimiento, en el que puede desde reflexionar las ideas más profundas hasta desarrollar las acciones más trascendentales.
En la actualidad, la fluidez de las comunicaciones y la simultaneidad de las existencias particulares demandan la comprensión de límites difusos en los que los espacios mantengan la conciencia de sus áreas sin convertirlas en barreras. En estos, cada lugar, habitación o cuarto, mantiene la autonomía de su interior con la posibilidad de permear sus planos delimitantes, invitando en el proceso a conocer las realidades intangibles de su adentro. Una situación afín ocurre en 4 Cuartos, lugar donde conviven cuatro espacios habitados, circunstancialmente, por cuatro singulares artistas: Ruda, Miguel Caravaca, Fausto Amundarain e Ignacio Burgos. Cada uno ve -a su manera- un mundo puntual con el ahora, en el que tras el fin de las grandes narrativas, el arte se ha encontrado con una serie de cuestionamientos en los que cada creador parece ser un manifiesto en sí mismo.
Así las búsquedas y verdades propias de estos artistas coexisten en un espacio íntimo pero de puertas abiertas, en el que, como soliloquios a voz alta, los mensajes y códigos de naturaleza pictórica se comparten a través del vacío, para continuar, complementar o contrastar las propuestas de su cuarto contiguo. En 4 cuartos conviven entonces cuatro universos expuestos, cuatro maneras de mirar y cuatro formas de afrontar el presente desde la pintura…
Una vez que el internet está integrado a nuestras vidas, ¿qué podemos hacer sin él? La pregunta parece extenderse al arte y llegar a creadores como RUDA, quien a través de una variedad de medios, resitúa imágenes conocidas extraídas de su naturaleza digital para recrearlas en materialidades ajenas a su origen. En este proceso, el artista como antropólogo 2.0 devela la ambigüedad de nuestros días, desarrollados en el paralelismo entre la estacionada evolución y un futuro depredador de tecnologías, para representar situaciones propias de lo virtual en soportes tradicionales como la pintura, la escultura cerámica y la serigrafía. El contenido y conformación de las imágenes de RUDA, lejos de cualquier código binario, se fundamentan en recursos como la sátira y el absurdo, para hablar – desde un colorido y lúdico lenguaje propio- de una sociedad que ha hecho del caos su presente y rutina.
En medio de este amplio panorama de dilemas, las pinturas de Miguel Caravaca dan la bienvenida a la desinformación y sobreexposición a los estímulos visuales característicos del hoy. Por medio de aforismos integrados a la composición de imágenes espectacularizadas, el artista reinterpreta noticias leídas en red sumadas al uso de referentes de cultura pop; en estas, Caravaca revela la capacidad de la representación de sustituir los sucesos de la realidad para generar –en palabras de G. Debord- “una relación social entre personas mediatizada por imágenes”, en la que más allá del deleite, cada pieza ofrece una lectura fugaz y directa de una sociedad del espectáculo.
Para el observador actual es imposible dejar de relacionar y establecer comparaciones en un entorno visual tan cargado de referencias; este gesto natural ha hecho de la apropiación uno de los recursos más característicos de la contemporaneidad, utilizado por Fausto Amundarain para dar pie a una propuesta plástica llena de guiños a un pasado nada lejano de nuestros días pero distinto de su situación actual. Tras la asimilación y síntesis de estéticas urbanas, del cómic, e incluso de la abstracción geométrica venezolana, Amundarain construye imágenes pop que dialogan entre el coloritmo y el anaglifo. En estas, la aparición de personajes de origen aparentemente imaginario se entremezcla con vestigios de añoranza para presentarse, en condición de recuerdo, como una memoria latente -pero debilitada- en un mundo de imágenes circulantes.
Finalmente, Ignacio Burgos exterioriza en sus pinturas un universo de imaginarios humanos que se aleja de cualquier postura anteriormente mencionada. Burgos aborda a través de fondos tumultuosos, indescifrables, descontextualizados, la intimidad de una situación desconocida, en la que figuras hechas de gesto y traza se convierten en las protagonistas de retratos atemporales, sin ayer y posiblemente sin mañana más allá de su naturaleza inmaterial. Así situaciones de apariencia cotidiana se presentan como una fábula pictórica de narrativa autónoma, en la que el observador tiene la potestad de construir, hilar y desarrollar una historia de finales infinitos más no ilimitados…
Más allá de los planos verticales u horizontales, sus muros o sus aberturas, en el espacio resultante de la reunión circunstancial de RUDA, AMUNDARAIN, CARAVACA Y BURGOS, apreciamos el encuentro de discursos sólidos y coherentes, que han acordado por esta ocasión convivir con sus incertidumbres en los 4 cuartos de una misma casa.
Manuel Vásquez-Ortega.