Cuatro cuartos #03

ISABEL CISNEROS / DIANORA PÉREZ / MALU VALERIO / MARÍA VIRGINA PINEDA

2019

 
 
 
 

Cuatro Cuartos #03:

Una habitación propia

Todas las habitaciones de mi vida Me habrán estrangulado con sus muros Aquí los murmullos se ahogan Los gritos se rompen

Louis Aragon

Los cuartos albergan la mitad de nuestra vida; su dimensión más carnal, más adormecida, más nocturna. Tantos (todos) son los caminos que nos llevan a ellos: el nacimiento, el sueño, el deseo, el amor, la creación, la búsqueda de uno, el encuentro con el otro, la enfermedad, la muerte. Los cuartos son una ventana al inconsciente, paredes que observan nuestro in- somnio, los pensamientos malignos, las pesadillas, el más allá.

“Las habitaciones difieren radicalmente: son tranquilas o tempestuosas; dan al mar o, al contrario, a un patio de cárcel; en ellas hay la colada colga- da o palpitan los ópalos y las sedas; son duras como pelo de caballo o suaves como una pluma.” escribe Virginia Woolf en Una habitación propia, un ensayo acerca de la ideología y el género del espacio. Este escrito con- templa el espacio como experiencia sensorial, manifestación ideológica, extensión del cuerpo y el alma, herramienta de libertad e ingenio humano. Nuestros cuartos nos hacen. Nos hablan. Nos contienen.

Es por esto que las habitaciones suelen ser representadas como una exten- sión del cuerpo y la personalidad humana; pero acá hay cuatro cuartos, habitaciones propias y errantes que nos hablan desde la nostalgia de un mundo que reside más allá de sí mismo. Vemos acá cuatro rincones de nuestra naturaleza abyecta, vistos a través del temperamento. Recordemos cuál es ese mundo, sus azotes de oscuridad, la violencia que sale de sus sombras, sus estrategias de poder y su creación de vulnerabilidad. Acá hay cuatro cuartos que subrayan las atrocidades del mundo y la belleza de la destrucción. Son cuatro cuartos sin miedo ni pudor, en los que se vislum- bran las migajas de algo que alguna vez estuvo vivo.

Gabriela Mesones

Nuestra extraña, mágica relación con la tecnología en tiempos de censura, colapso energético y economías fracturadas se remiten a una selección de ensamblajes hechos en la luz y en la oscuridad. En Obsolescencia, Isabel Cisneros nos muestra la cotidianidad como maquinaria, sus engranajes como una meticulosa disposición de elementos caducos. Cada pieza es una oda a la lentitud, al desgaste, a la antigüedad de las carcasas de metal con las que hacemos vida y la astucia humana fungidas en ellas. Si la tecnología fue hecha a imagen y semejanza del hombre que la opera, poco sorprende que nuestro sistema de vida haya colapsado junto a las adquisiciones tecnológicas que nos ayudan a sobrellevarla. Este es el retrato del colapso, la astucia, la paciencia, el pasado.

En búsqueda de sintonía con un paisaje de guerra, palabras y/o imágenes que se quedaron atrapadas en la virtualidad, Dianora Pérez, en Gedeón, muestra una serie de grabados que corresponden al último mensaje de voz transmitido por las siete víctimas de la masacre del Junquito. ¿Qué hay que hacer cuando se termina una guerra para recordar a los caídos? ¿Qué transmiten los sonidos cuando la muerte acecha? ¿Cómo desmontar la violencia a través de la musicalidad de las palabras, las denuncias, los enfrentamientos? Cada grabado retrata un fragmento de vida, y con ellos, preguntas en torno a la transmutación de la muerte y su encuentro con el espíritu humano: inquebrantable, finito, vulnerable, en busca de una última conexión humana antes de la despedida.

La violencia contenida en los procesos domésticos suele ser un hecho silente, amortiguado por el ruido de una sociedad indiferente. Malu Valerio, en Morada, desmenuza las dinámicas de poder manifestadas en la intimidad; oculta, contenida y demoledora, a través de multiformatos que se enfocan en la vida de uno de los casos de violencia de género más desgarradores de la historia contemporánea venezolana: Linda Loaiza. En esta instalación podemos hurgar, en la ruptura de identidad y los procesos que gestaron, poco a poco, sus quiebres. En esta habitación no se aceptan espectadores, sino investigadores latentes de mirada fija en las dinámicas de abuso detrás de la violencia física, estatal, policial y mediática que conforman las jerarquías de poder a través del género. Morada es un océano de tela y violencia,

Acá, un ejercicio contemplativo para observar desde la memoria, un acercamiento analítico a la reconfiguración de la percepción y el acto creati- vo. En Paisaje a Máquina, Maria Virginia Pineda habla desde la descripción para encarar la histo- ria y su aproximación al género. Se recurre al arte como pensamiento, a un mundo sin color, imagen o sensación, a un universo de palabra y razón, que nos remite a las posibilidades ocultas del alma. Sin embargo, la pulsión a la razón deja un vacío, la nostalgia por el sentir nos remite a otro abismo, a un universo sin aire ni suelo, a un espíritu sin carne ni sangre.