Señor Conejo

Enay Ferrer

2019

 
 
 
 

¡Señor conejo!

Un salto imaginario

Así se entiende el carácter de «La liebre de marzo» del clásico de la literatura “infantil”, Alicia en el país de las maravillas. Una obra que apela a mucho de la simbología universal que, felizmente, ha alcanzado a masas y cerrado las puertas de críticas a otras. Sus personajes han significado y marcado millardos de niños y adultos que, a diferencia de otros cuentos, recobran vigencia en nuestros días.  He aquí Enay Ferrer. Su obra reinterpreta la imagen del conejo como especie en su más reciente puesta: Juega con esa imagen quasi característica en trazos ensalzados sobre lienzos medios turbios que captan la atención por  la mera presentación poco pretendida - así se entiende- de una iconografía universal naturalmente abierta a concepciones particularizadas. 

Apelando al legado socio cultural, el trabajo de esta muestra llamada ¡Señor conejo!  nos lleva a la pregunta del porqué. ¡Voilà!  Nos iluminaríamos seguramente si nos remontásemos a los pilares del cristianismo, en el que la llamada «trinitas» del  latín, o la «santísima trinidad» del catolisismo español, ponen en escena al conejo como símbolo de fertilidad.

Pero ¿quién nos entiende ? Es que el judaísmo lo catalogaba de «animal impuro». ¡Craso error! Habría dicho Aristóteles, pues esa impureza distaría de su idea según la cual el conejo se asocia a dotes afrodisíacos,  de vitalidad y fertilidad. En fin, es así como la imagen del conejo como género se ha asentado con el tiempo y su correr en las expresiones artísticas a partir de fenómenos socioculturales a los que difícilmente podríamos estar ajenos, a la luz de esta breve excursión histórica.

El “Señor conejo” de Enay Ferrer - la exposición - que quede claro-  apuesta, de  un salto,  por esa percepción heterogénea del compendio irónico que constituyen sus obras. El aquí denominador común reside en esa  destreza del pintor de moldear historias personales con argumentos artísticos universales, que obviamente no resultan ser novedad en sí, pero se reivindican en la destreza de este artista de recurrir a su capacidad de concepción, a su imaginación. Los códigos de comprensión emanan de nuestra realidad muy cercana, de esa idealización que el artista pone en primer plano. En algunas de sus  propuestas se fusiona la vida real; en otras, la alusión a personajes heroicos de nuestra memoria común que cobran mayor contemporaneidad con la osadía inesperada de colores que, amén de sus acertadas mezclas, salvan el trabajo de la cursilería artística. Es la imaginación. Su imaginación logra entenderse como arma contra esa repetición que toma matices de vulgaridad como campanadas que ya no invitan sino que se convierten en ruido narcótico.

 Contemplar estos trabajos nos reafirma la idea  de que la obra, en su vasta concepción, sólo se puede entender a partir de la vida misma. Sus preocupaciones, críticas y celebraciones - esas del artista- se asoman con cierta sutileza en cada trabajo pictórico con nuances que distan a primera vista, y no a la segunda. Esa ambivalencia resulta curiosamente atractiva. Podría interpretarse como rebeldía, como oda a la pluralidad generalizada que actualmente sufre por tendencias retrógradas que amenazan nuestra coexistencia.

Precisamente contra esos vientos se alza la obra de Enay Ferrer: Abrirse paso con la simplicidad de la pureza y argumentos existentes contextualizados en el hoy.


Vincent Echenique