En torno a las vulnerabilidades y permanencias de algunas superficies alteradas.
La obra de un artista se define a lo largo del tiempo por un cúmulo de causas y consecuencias que se van hilvanando en la materialización única de una pieza, originada por los silenciosos estallidos de múltiples deliberaciones atadas a esa cadena indetenible de nudos y desenlaces que se van tramando en el desempeño de cada una de sus concepciones. Son emanaciones constantes del ser y de la percepción, giran sin parar, se retraen y se expanden, van veloces y se detienen alrededor de esa batalla campal tejida entre la idea, la necesidad, las obsesiones y la materia, punto último que sobresale para hacer de ese combate su transitoriedad y su permanencia. No como cosas separadas, sino como lo son en la vida: opuestos que se vuelven uno.
Yoshi es un creador cuyo núcleo principal de trabajo e investigación ha sido transformar el pliegue en una dimensión inédita de elaboración. Su punto crucial y de apoyo parte desde el trabajo sobre papel; pero esta simple conexión se desprende del contacto con un soporte cualquiera para reelaborarse hacia la construcción de un gesto visual que transforma al papel en una unidad en sí misma, capaz de crear una percepción distinta y particular del dibujo, la pintura y la escultura. El pliegue es en este caso el surco insistente del que se vale para movilizarlo, trazo único que el artista logra a través de la manipulación especial de pequeños bocetos que se transponen desde el papel como soporte y materia que emulsiona en el espacio museográfico, detonando el cruce de intervenciones de gran formato que se consolidan con una fuerza a un tiempo flexible y expansiva en la amplitud perceptiva del espectador.
En la muestra Superficies alteradas, hemos recopilado importantes cuerpos de trabajo que el artista ha desarrollado durante los últimos siete años. En cada uno de ellos infinitos tipos y gramajes de papeles se han visto no solo manipulados sino modelados por las distintas emulsiones químicas y los materiales industriales que ahora Yoshi inserta para profundizar en nuevas estructuras y cualidades. Desde la pieza Solaris de 2011 —políptico de 65 metros cuadrados que estuvo en la Bienal de Venecia— hasta los nuevos ejercicios del volumen y el color, el azar y la permanencia, la opacidad y el brillo, la vulnerabilidad y la sobrevivencia que respiran en series como Cuerpos de color, Huellas gráficas, Polaridades, Desdoblamientos, Fósiles y Otras emulsiones.
Casualmente, y luego de siete años sin exponer, hemos recogido siete cuerpos de trabajo que Yoshi ha desarrollado durante todo este período. El lapso de esta inmersión silente no solo ha desplegado el uso del color como un nuevo elemento de elaboración, sino que ha abierto con mayor fuerza un ángulo especial, dimensión
en la cual el artista confiesa lo que ya el papel venía diciendo por sí mismo: la conexión directa con el cuerpo, con su propio cuerpo como punto recóndito de una estrategia que se va revelando en cada pliegue, en cada trazo, en cada relato de estos grupos de obras que están en el espacio. Así la producción de Yoshi comienza a adentrase en un género inclasificable, avanza desde el papel, frágil soporte de la historia, para levantarse hacia una paradójica concreción que no reniega de su desaparición, materia volátil que a través de su propia fragilidad y en armonía con la posibilidad abierta de sucumbir, viene a hablarnos del desvanecimiento de todo lo que nos rodea, de las vulnerables superficies de nuestra piel en relación con los cambiantes pliegues del afuera: un ciclo sensorial, gesto inédito que aparece más allá del pliegue para recordarnos la inevitable pertenencia a esa ley vida-muerte del tiempo que respira y pelea en cada una de estas superficies alteradas.
Lorena Gonzales Inneco